Nuestra Historia
Mi padre nació en Navahondilla. En 1975, con 30 años y con su tercera hija en camino, decidió, junto a mi madre, construir una casa en medio de La Cañada para disfrutar de lo que más le gustaba: su campo, su pueblo.
Cuando éramos pequeños pasábamos casi todos los fines de semana y las vacaciones de verano en el pueblo, como se hacía antes. Unos años muy especiales que vivimos acompañados de muchos de nuestros primos y tíos, en la que por entonces ya llamábamos “La Casa de la Pradera”.
Recuerdo perfectamente cómo íbamos de un lado a otro subidas a la carretilla que empujaba mi hermano mayor, las tardes en las que uno de nosotros se convertía en el ganador de unas olimpiadas improvisadas y se hacía con la medalla de galleta María forrada de papel Albal, los bocadillos de mantequilla y azúcar para merendar, las cientos de horas que pasamos a remojo en la piscina, el arroz con leche de mi tía Pepa, las excursiones al arroyo y todas y cada una de las cabañas de duración determinada que construíamos con 4 palos.
Todos estos recuerdos me llevaron hace unos años a decidir quedarme con la casa y a arreglarla para que mis hijos pequeños pudieran vivir algo de todo aquello. Los años pasan, demasiado rápido, y cada vez iba siendo más complicado cuadrar agendas familiares, así que decidí abrir las puertas de mi casa a todos aquellos con ganas de volver a la esencia, al campo, al pueblo.
Porque cada vez más, necesitamos conectar con lo que somos, con las cosas sencillas y con la naturaleza. Por eso, La Casa de la Pradera está abierta a quienes tienen ganas de volver a esa esencia, escapar de la ciudad y, sobre todo, de la rutina.
Te esperamos,
Elena.